Tener rencor implica sentir un enojo significativo y constante, que no logra disiparse. La gran mayoría de nosotros lo hemos vivido. En algunos casos, este sentimiento puede transformase en un deseo de venganza y hacerse obsesivo. En este punto, debemos parar y, si es preciso, acudir a ayuda profesional.
El rencor, ciertamente, resulta paradójico, ya que para algunos la situación que es motivo de conflicto puede ser algo sin relevancia. Para otros tantos, en cambio, una mínima afrenta representa una agresión de las peores dimensiones. Teniendo en cuenta que en los dos casos el suceso desencadenante ha sido el mismo, aquel que alimente más su emoción será el más perjudicado.
“Cuando odiamos a alguien, odiamos en su imagen algo que está dentro de nosotros.”
Más aún, si la persona que siente rencor fue objeto de una agresión importante, puede llegar a sufrir muchísimo más que el propio agresor, ya que mientras la primera guarda un sentimiento de dolor muy arraigado, la segunda puede sentirse muy tranquila y libre de toda culpa.
Ante el rencor y el resentimiento, cabeza fría y voluntad
Una de las mayores dificultades del rencor tiene que ver con su ocasional falta de expresividad. La persona que nos ha dañado ni siquiera puede haberse dado cuenta de que nos ha herido y sin embargo aumentamos las dimensiones de esta herida con un rencor, a todas luces, inútil.
Para erradicar el rencor, lo mejor es saber perdonar y como complemento o agregado a ello, dialogar. Un perdón que sea producto del entendimiento y la comprensión de los defectos o las deficiencias del otro, podría ser un verdadero triunfo, siempre y cuando no justifiquemos ni consintamos nuevas agresiones, que no merecen justificación. Sí perdón, pero no consentimiento.
Dejar de pensar en lo sucedido y seguir adelante sobre esta base, verdaderamente nos ayudará a sanar nuestro corazón. Esta será una cura que es resultado de la razón, del buen corazón y de la sabiduría que hayamos almacenado en el caminar de la experiencia.
Se debe analizar con cierto detenimiento por qué ocurrió, mirar hasta qué punto pude participar o no en que surgiera un problema y hasta qué punto lo hizo la otra persona. Pensar si hay alguna solución, aunque sea parcial para mejorar la situación y tomar las decisiones oportunas con sensatez, objetividad y justicia. Ser razonables, objetivos y justos, en estas condiciones, no es nada fácil, pero vale la pena.
También cuando sentimos rencor resulta importante desahogarse, según sea nuestro carácter y según sea la dimensión de la agresión. No debemos guardar silencio simplemente. Esta es la mejor semilla para una depresión o agresividad profundas, que a la postre serán otro conflicto sin resolver y un obstáculo más,
No tomar decisiones en “caliente”
Cuando los hechos son recientes y nosotros todavía estamos muy afectados por la situación, es imposible ser objetivos, sensatos y justos. Esto sería como apagar un incendio con gasolina. En situaciones de rencor es fundamental alcanzar un punto de calma del que partir con la razón. Saber que la vida continúa, que “mañana de nuevo saldrá el Sol” y que más problemas habrán de venir. La vida es un caerse y levantarse.
Tampoco conviene hacerse intorrogante que nunca alcanzaran una respuesta definitiva ni quedarse en el pasado. Lo que pasó, pasó y tenemos que mirar hacia adelante. Detenernos demasiado en los porqués y asumir la posición de víctima no será de mucha ayuda en la solución del problema. Partir de “lo rescatable” y a partir de ahí, o incluso de cero, rehacer lo que se pueda, sería genial: algo así como “borrón y cuenta nueva“.
La voluntad y el querer salir de ese rencor serán clave. Del modo en el que resolvamos este tipo de situaciones, creceremos como personas, nos estancaremos o, incluso, retrocederemos. Total, el aprender o no es una decisión propia y siempre será mejor formarse por voluntad personal que por una obligación que nos impongan las propias circunstancias.
No evadir la situación, sino entenderla y asumirla
Es importante aprender de lo sucedido. Si se hace en forma apropiada, una ofensa recibida, en vez de representar una gran desgracia, con el tiempo se convertirá en un cimiento más sólido para enfrentar la vida: el trabajo para superar el rencor es una gran inversión en nosotros mismos.
Ahora bien, si después de haber actuado o al menos haber intentado varios caminos, el agresor persiste en su actitud lo mejor es facilitarle el camino para que salga de nuestras vidas. Quizás no seamos nosotros las personas idóneas para hacerle ver que de esa manera no va a llegar a ningún sitio.
De nada sirve estar discutiendo con otra persona, porque la herida cada vez se va a hacer más grande y porque donde hay demasiado odio y rencor, el ambiente puede tornarse muy problemático y hasta peligroso. Puede desencadenarse una escalada de agresividad, con consecuencias tan impredecibles como negativas.
fuente: La mente es maravillosa